martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 2.1

Acabando el día, cuando el cielo ya se tornaba dorado, Oiandeth, Baios y Niedah  regresaban a Silansiaddi para pasar la noche. Al día siguiente partirían hacia las llanuras de Meriand, esperando hallar la más mínima pista sobre el paradero del Vasilàs.
La ciudad del comercio solía estar bastante concurrida y agitada. No se parecía demasiado al resto de ciudades élficas, siempre tranquilas. Sólo allí podían encontrarse habitualmente a miembros de otras razas. Los medianos, gente hábil y de pequeña estatura que habitaban en Meriand, solían ser los más comunes. Comerciantes que vendían los magníficos productos que ellos cultivaban o fabricaban, además de lo que conseguían o intercambiaban en lugares más remotos. Se decía que cualquier cosa que alguien pudiese necesitar, podría encontrarla en las manos de un comerciante mediano.
Los humanos de más allá de la llanura también eran habituales, aunque a menudo solían ser más problemáticos que útiles, y los productos que trataban de vender eran defectuosos o de fabricación burda.
Oiandeth condujo a su corcel hasta los establos, seguido por sus dos compañeros. Desmontaron y entregaron las riendas a los mozos de cuadra, que salieron raudos a recibirlos. Ellos se encargarían de desensillar a los animales y proporcionarles comida, bebida y estancia esa noche a cambio de algunas monedas de cobre. Las pagaron y dieron sus nombres.
-¿Oiandeth? –preguntó uno de los mozos, mirando al mencionado.
-Sí. ¿Qué ocurre?
-Vino un mensajero desde la capital y nos dio un recado para usted. Reunase con él en la taberna El Árbol Quebrado –le dijo-. Es esta de aquí –añadió señalando con un dedo al edificio contiguo.
-Gracias.
 Salieron del establo y se encaminaron hasta allí, una taberna de dos plantas.
Los edificios de Silansiaddi eran diferentes a los de las otras ciudades de Aatilvar. Estaban construidos en la tierra y no sobre los árboles, quizá para que se les antojasen más cómodos a los visitantes extranjeros.
Tras franquear la puerta de la taberna, el olor a cerveza, sudor y humo inundó las fosas nasales de los tres elfos. Un grupo de medianos jugaban animadamente a las cartas en una mesa, montando cierto alboroto mientras bebían y fumaban algo en pipa. Dos humanos bastante bebidos luchaban por ser capaces de mantenerse sentados en sus respectivos taburetes cerca de la barra… O al menos uno lo hacía, pues el otro agachó la cabeza, posó la frente en la barra y terminó por quedarse inmóvil.
-Siempre que entro en esta ciudad tengo la impresión de estar muy lejos de mi hogar –comentó Baios.
Niedah se adelantó y tomó asiento en una mesa lo más apartada posible de la de los medianos. Oiandeth, en cambio, se encaminó hacia la barra, donde intercambió unas palabras con el tabernero.
-Creo que un mensajero preguntaba por Oiandeth.
-Muy cierto, ¿es usted? –Oiandeth asintió-. Me temo que se ha retirado a sus habitaciones, en la posada del primer piso. Le haré llamar de inmediato. Mientras tanto siéntese y tome algo. En seguida les atienden.
Oiandeth iba hacia la mesa que ocupaban sus acompañantes, pero se volvió de nuevo hacia el tabernero y le preguntó:
-¿Hay habitaciones disponibles?
-¡Por supuesto, caballero! –le respondió alegremente el hombre- ¿Quieren una habitación triple?
-Para mí una individual.
-Serán cinco monedas de cobre, o pago similar, por noche.
En Silansiaddi no utilizaban la moneda de Aatilvar, si no cualquier divisa o pago de similar valor. El Silàs echó mano a su bolsa de cuero y sacó las monedas, que entregó al dependiente, y éste rebuscó bajo el mostrador hasta dar con algo.
-Y aquí está su llave…
Oiandeth la tomó y fue a sentarse. Baios se puso en pie y comenzó a deshacerse de su armadura y sus numerosas armas, para mayor comodidad, cuando una atractiva mesonera elfa llegó  hasta ellos y tomó nota de lo que beberían y comerían cada uno. Nada especial. Agua y el plato del día.
Cenaron sin hablar prácticamente nada, pese a varios intentos por parte de Baios por entablar conversación, y al cabo de unos instantes descendió por la escalera el mensajero, reconocible por el sombrero característico que los de su clase solían portar, que parecía llevarlo puesto únicamente para hacerse reconocer, pues a juzgar por el resto de su indumentario debía de haber estado acostado hasta hacía un rato. Su mirada dio con el destinatario del mensaje y se dirigió hacia él sin demora. Le entregó a Oiandeth un sobre cerrado con lacre, en el que se podía distinguir el sello con el símbolo del Árbol del Guardián. Hizo una ligera reverencia y se retiró sin pronunciar palabra ni esperar agradecimiento.
Niedah enarcó una ceja y se mantuvo a la espera, mirando el sobre con curiosidad. Baios, por otra parte, parecía más impaciente.
-Un mensaje de Saeres desde Suri’an ¡debe de ser importante! Vamos, ábrelo. ¿Habrán encontrado a Zsek y se nos ordenará volver?
Oiandeth rompió el lacre, abrió el sobre y extrajo de él una pequeña hoja de papel que recorrió con los ojos, moviendo los labios al leer. Al levantar la vista, dijo:
-Se me ordena volver a Suri’an antes de Ascensión. Creen que Zsek puede tratarse de un traidor practicante de magia negra. Debemos seguir buscándolo para aclarar este asunto, pero se me nombrará Vasilàs para dirigir esta empresa.
-¡¿Qué?! –exclamó Baios sin disimular su asombro-. ¡Zsek no es ningún traidor! Nosotros tres lo sabemos… ¡Todos deberían saberlo! ¡Por Isanne, estamos hablando de un héroe de guerra!
-Un héroe que comparte su lecho con una elfa oscura… Creen que ella podría haberlo embaucado.
-Confío más en Edara que en muchos de los nuestros –intervino Niedah-. ¿No da la carta el motivo de esta conclusión?
-Me temo que no nos da más detalles, pero el consejo debe de tener buenas razones para hacer esto.
-No debimos faltar a aquella reunión…-comentó Baios con pesar-.¡Volveremos a Suri’an contigo y pediremos explicaciones!
-No, vosotros continuaréis la búsqueda. Sólo encontrando a Zsek aclararemos este entuerto.
-Entonces pide tú las explicaciones. Me negaré a apresarlo como a un delincuente a menos que sea evidente y me muestren pruebas firmes.

-No se trata de apresarlo… -el rostro de Oiandeth pareció ensombrecerse al pronunciar estas palabras-. La carta comenta que se nos puede corromper… Nos piden matarlo.

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