domingo, 2 de marzo de 2014

Capítulo 2.0

El archidruida Areo se dirigía sin demora a la Cámara del Consejo, instalada en un enorme hueco cerrado dentro del propio Árbol de los Mundos. Toda Suri’an había sido moldeada durante milenios por la magia y la sabiduría de los druidas, que, respetando la vida y aliándose con el propio bosque, habían hecho crecer a los árboles y formar a partir de ellos la ciudad, cuyas construcciones colgaban a modo de extraños frutos de las diferentes ramificaciones, creando una simbiosis única. Areo iba seguido por cuatro druidas, elegidos por el pueblo individualmente, y que representaban junto al archidruida el conjunto de la consejería espiritual. De entre ellos, era deber del archidruida elegir a un aprendiz que lo sucediera tras su muerte o retiro.
Caminaban sobre una ancha rama descendente y escalonada que los depositaba a los pies del Gran Árbol, cuyas raíces abrazaban una gigantesca base, formada de una sola gran losa de piedra gris, y se abrían en forma de tres arcos apuntados que permitían el paso al interior de su tronco. Tras los arcos se extendía un largo pasillo con numerosas entradas laterales cuyo interior era vetado a la vista por biombos de madera.
El grupo no se detuvo ante ninguna de ellas, y al final de la galería había una larguísima escalera de caracol, compuesta por el mismo tronco, que ascendieron en silencio.
La escalera tenía varios descansillos que daban a cada uno de los pisos que componían la estructura interior de aquel sitio. Los consejeros se detuvieron en el penúltimo, apartaron el biombo y se adentraron por otro largo pasillo, este sin habitaciones a ninguno de sus lados. Al final, lo esperaba una gran sala con una gran mesa circular rodeada de amplias y cómodas butacas. En ellas aguardaban otros miembros del consejo.
Galian, paladín de Isanne y general de los ejércitos de Aatilvar, estaba ya sentado en su sillón, en el centro de su comitiva compuesta por otros cuatro militares. Llevaba entonces una armadura compuesta de láminas de madera y hojas entretejidas.
A la derecha de dicho grupo, quedaban cinco asientos vacíos. Los de los Silàs, cuyo líder había desaparecido y sus cuatro hombres aún continuaban con su busca, negándose a presentarse en aquella reunión. Siguiendo el curso alrededor de la mesa, tras aquellas sillas desocupadas, tomaron asiento los druidas, que vestían con largas y amplias túnicas verdes y marrones. Al lado, esperaban los cuatro administradores y su dirigente, Eisena, la elfa más anciana y sabia de Suri'an. Cerrando el círculo, esataba sentado el Guardián, Saeres, con su túnica ceremonial azul con el símbolo del Árbol bordado en un brillante hilo blanco.
-Ya estamos todos. Demos comienzo a la sesión. –comentó el Guardián alzando la voz-. Areo, usted ha convocado la reunión. Cuéntenos.
Puesto que las reuniones del consejo tenían lugar en el Árbol, era el Guardián el moderador de estas.
-Así ha sido. Como puede corroborar Galian, algunos de sus hombres avistaron hace dos días a una Ajena. Intentaron cazarla, pero ésta les plantó cara, los derribó y huyó de Aatilvar por la frontera oeste. La persiguieron Zsek y los suyos, que casualmente andaban cerca. La Ajena consiguió quitárselos de encima a todos excepto a Zsek. Nadie sabe lo que pasó entonces. Oiandeth, el aprendiz y sucesor de Zsek, cabalgó hasta Silansiaddi, la ciudad de comercio con el exterior, y pidió ayuda en su templo. Mis druidas me transmitieron el informe de lo que allí encontraron.
>>Aparte de los Silàs heridos, a los que sanaron lo mejor que pudieron y aún hoy algunos siguen convalecientes, comentaron un fenómeno extraño. La bestia murió por una herida en el corazón que no sangraba, y su sistema circulatorio estaba hinchado y recorrido por una extraña infección. Mis druidas no corrieron más riesgos, pues afirman que es algo similar a lo que corrompió a nuestra gente años atrás.
-¿Podríamos estar hablando de un nuevo tipo de corrupción? –alzó la voz Galian-. ¿Cree usted que los elfos oscuros volverán a surgir entre los nuestros?
-Tal vez. No podemos estar seguros. Debemos encontrar a Zsek. Eso nos dará respuestas.
-¿Y si Zsek domina la Magia Negra y la usó para matar a esa Ajena? Puede haberla aprendido de su amante. Fue una muy mala idea permitir a esa elfa oscura quedarse. Por lo que sabemos, incluso podría haber sido ella quien infectó al Vasilàs.
-Dudo que Edara haya hecho eso…Ella ya probó que pese a la corrupción que se extendió por su cuerpo, era leal a Aatilvar y al Consejo. Si durante la rebelión de los Oscuros y la guerra civil no nos traicionó, cuando de verdad tenían una oportunidad de victoria, ¿qué motivos podría tener para hacerlo ahora?
-La confianza que gente como usted muestra, le da ventaja.
-La desconfianza y rechazo que gente como usted le muestra, fanático paladín, le dan el motivo para una traición.
Eisena contemplaba la escena silenciosa, tal vez sumida en sus pensamientos.
-¡Basta! –bramó entonces Saeres, levantándose de su butaca-. La corrupción la produjo una energía liberada, y no el contacto con un infectado. Edara no pudo corromper a Zsek, pero pudieron entrar en juego otras fuerzas. Propongo ordenar la búsqueda y captura del Vasilàs.
-Si es tan peligroso como parece, capturarlo supondría un gran riesgo… -dejó caer Galian, mirando con comprensión al archidruida.
-¡¿Está sugiriendo matarlo?! –exclamó Areo, golpeando con un puño la mesa y poniéndose también en pie.
-No matarlo. Sé que era su amigo, Areo, pero no sabemos qué puede haber pasado. Sólo sugiero que los hombres vayan preparados, y que si se muestra hostil y supone una amenaza… La vida de varios hombres no vale más que la de uno solo.
Areo apretó los labios y se obligó a guardar silencio. Por poco que le gustase la idea, sabía que era la más acertada y sensata.
Saeres retomó la palabra entonces:
-Zsek salió de Aatilvar y no se le ha vuelto a ver por ninguna parte. Es probable que siga fuera. Para organizar la búsqueda necesitamos que alguien dirija a los Silàs. Hasta que esto se aclare, propongo destituir a Zsek del cargo de Vasilàs, y nombrar a su aprendiz y sucesor, Oiandeth.
Galian, Eisena y Areo asintieron en silencio.
-Votos a favor para la búsqueda y captura del Vasilàs Zsek, pudiendo para ello usar cualquier medida y pudiendo acabar con su vida si fuese evidente que resulta ser una amenaza.
Galian y sus hombres alzaron los brazos. También lo hizo Saeres. Eisena y sus administradores siguieron su ejemplo. Y los druidas. Finalmente, lo alzó el único que aún quedaba en la sala sin hacerlo, Areo. La medida se aprobó por unanimidad, a excepción de los ausentes Silàs, que por no presentarse a la reunión habían perdido el derecho al voto.
-Votos a favor del cese de Zsek D’Íozern en su cargo de Vasilàs, y del nombramiento de su sucesor, Oiandeth Rïberil.
La votación obtuvo entonces el mismo resultado.

-La ceremonia de investidura del nuevo Vasilàs tendrá lugar mañana al atardecer a las puertas del Gran Árbol, como es tradición. Enviaré a un mensajero en su busca cuanto antes y será informado de la situación y las decisiones tomadas. Ustedes pueden comenzar con los preparativos para la búsqueda de Zsek. La reunión se da por acabada, pueden abandonar la sala. 

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