miércoles, 8 de enero de 2014
El guardián de la arboleda.
Los observo. Caminan por mi territorio ignorantes de mi presencia. Creen que pueden tomar cuanto les venga en gana y salir indemnes… Voy a demostrarles cuán equivocados están.
Me muevo con el sigilo y la destreza de un felino. Mis pies se posan con delicadeza y a la vez con firmeza sobre un suelo irregular, sin producir ni el más leve sonido. Y de producirlo, la leve brisa que se cuela entre las hojas de los árboles que nos rodean basta para enmascararlo.
El grupo, compuesto exclusivamente por humanos, se detiene. Es mi mejor oportunidad. No me esperan, y con una furia primigenia caigo sobre ellos. Me superan en número, pero yo los supero a todos ellos en rabia. Mis espadas cortan la carne y la despedazan como colmillos de un lobo hambriento. Mi velocidad es inigualable, pero ellos siguen intentando hacerme frente, ¿por qué no huyen? Me pregunto si alguna vez antes se han enfrentado a un elfo… Aunque de haberlo hecho, dudo que fuese como yo.
Mi furia queda saciada y tanto mis ropas como mi piel quedan salpicadas de carmesí. Ahora mi determinación flaquea al presenciar la masacre. Pero no me lo permito, no puedo.
Encierro mis sentimientos en lo profundo de mi ser de igual modo que envaino mis armas. Este es el resultado de mi pena convertida ahora en ira.
Ellos son los únicos culpables de sus destinos, pues ellos son quienes se adentraron aquí por sus propios pies. Yo sólo hice lo que debía hacer, lo que cualquier animal territorial habría hecho. Espero que estos cuerpos disuadan a quienes los sigan. Soy el guardián de esta arboleda, y les daré el mismo trato a todos aquellos que osen acercarse.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)