Acabando el día,
cuando el cielo ya se tornaba dorado, Oiandeth, Baios y Niedah regresaban a Silansiaddi para pasar la noche.
Al día siguiente partirían hacia las llanuras de Meriand, esperando hallar la
más mínima pista sobre el paradero del Vasilàs.
La ciudad del
comercio solía estar bastante concurrida y agitada. No se parecía demasiado al
resto de ciudades élficas, siempre tranquilas. Sólo allí podían encontrarse habitualmente
a miembros de otras razas. Los medianos, gente hábil y de pequeña estatura que
habitaban en Meriand, solían ser los más comunes. Comerciantes que vendían los
magníficos productos que ellos cultivaban o fabricaban, además de lo que
conseguían o intercambiaban en lugares más remotos. Se decía que cualquier cosa
que alguien pudiese necesitar, podría encontrarla en las manos de un
comerciante mediano.
Los humanos de más
allá de la llanura también eran habituales, aunque a menudo solían ser más problemáticos
que útiles, y los productos que trataban de vender eran defectuosos o de
fabricación burda.
Oiandeth condujo a
su corcel hasta los establos, seguido por sus dos compañeros. Desmontaron y
entregaron las riendas a los mozos de cuadra, que salieron raudos a recibirlos.
Ellos se encargarían de desensillar a los animales y proporcionarles comida,
bebida y estancia esa noche a cambio de algunas monedas de cobre. Las pagaron y
dieron sus nombres.
-¿Oiandeth?
–preguntó uno de los mozos, mirando al mencionado.
-Sí. ¿Qué ocurre?
-Vino un mensajero
desde la capital y nos dio un recado para usted. Reunase con él en la taberna
El Árbol Quebrado –le dijo-. Es esta de aquí –añadió señalando con un dedo al
edificio contiguo.
-Gracias.
Salieron del establo y se encaminaron hasta allí,
una taberna de dos plantas.
Los edificios de
Silansiaddi eran diferentes a los de las otras ciudades de Aatilvar. Estaban
construidos en la tierra y no sobre los árboles, quizá para que se les
antojasen más cómodos a los visitantes extranjeros.
Tras franquear la
puerta de la taberna, el olor a cerveza, sudor y humo inundó las fosas nasales
de los tres elfos. Un grupo de medianos jugaban animadamente a las cartas en
una mesa, montando cierto alboroto mientras bebían y fumaban algo en pipa. Dos
humanos bastante bebidos luchaban por ser capaces de mantenerse sentados en sus
respectivos taburetes cerca de la barra… O al menos uno lo hacía, pues el otro
agachó la cabeza, posó la frente en la barra y terminó por quedarse inmóvil.
-Siempre que entro
en esta ciudad tengo la impresión de estar muy lejos de mi hogar –comentó
Baios.
Niedah se adelantó
y tomó asiento en una mesa lo más apartada posible de la de los medianos.
Oiandeth, en cambio, se encaminó hacia la barra, donde intercambió unas palabras
con el tabernero.
-Creo que un
mensajero preguntaba por Oiandeth.
-Muy cierto, ¿es
usted? –Oiandeth asintió-. Me temo que se ha retirado a sus habitaciones, en la
posada del primer piso. Le haré llamar de inmediato. Mientras tanto siéntese y
tome algo. En seguida les atienden.
Oiandeth iba hacia
la mesa que ocupaban sus acompañantes, pero se volvió de nuevo hacia el
tabernero y le preguntó:
-¿Hay habitaciones
disponibles?
-¡Por supuesto,
caballero! –le respondió alegremente el hombre- ¿Quieren una habitación triple?
-Para mí una
individual.
-Serán cinco
monedas de cobre, o pago similar, por noche.
En Silansiaddi no
utilizaban la moneda de Aatilvar, si no cualquier divisa o pago de similar
valor. El Silàs echó mano a su bolsa de cuero y sacó las monedas, que entregó
al dependiente, y éste rebuscó bajo el mostrador hasta dar con algo.
-Y aquí está su
llave…
Oiandeth la tomó y
fue a sentarse. Baios se puso en pie y comenzó a deshacerse de su armadura y
sus numerosas armas, para mayor comodidad, cuando una atractiva mesonera elfa llegó hasta ellos y tomó nota de lo que beberían y
comerían cada uno. Nada especial. Agua y el plato del día.
Cenaron sin hablar
prácticamente nada, pese a varios intentos por parte de Baios por entablar
conversación, y al cabo de unos instantes descendió por la escalera el
mensajero, reconocible por el sombrero característico que los de su clase
solían portar, que parecía llevarlo puesto únicamente para hacerse reconocer,
pues a juzgar por el resto de su indumentario debía de haber estado acostado
hasta hacía un rato. Su mirada dio con el destinatario del mensaje y se dirigió
hacia él sin demora. Le entregó a Oiandeth un sobre cerrado con lacre, en el que
se podía distinguir el sello con el símbolo del Árbol del Guardián. Hizo una
ligera reverencia y se retiró sin pronunciar palabra ni esperar agradecimiento.
Niedah enarcó una
ceja y se mantuvo a la espera, mirando el sobre con curiosidad. Baios, por otra
parte, parecía más impaciente.
-Un mensaje de
Saeres desde Suri’an ¡debe de ser importante! Vamos, ábrelo. ¿Habrán encontrado
a Zsek y se nos ordenará volver?
Oiandeth rompió el
lacre, abrió el sobre y extrajo de él una pequeña hoja de papel que recorrió
con los ojos, moviendo los labios al leer. Al levantar la vista, dijo:
-Se me ordena
volver a Suri’an antes de Ascensión. Creen que Zsek puede tratarse de un
traidor practicante de magia negra. Debemos seguir buscándolo para aclarar este
asunto, pero se me nombrará Vasilàs para dirigir esta empresa.
-¡¿Qué?! –exclamó
Baios sin disimular su asombro-. ¡Zsek no es ningún traidor! Nosotros tres lo
sabemos… ¡Todos deberían saberlo! ¡Por Isanne, estamos hablando de un héroe de
guerra!
-Un héroe que
comparte su lecho con una elfa oscura… Creen que ella podría haberlo embaucado.
-Confío más en
Edara que en muchos de los nuestros –intervino Niedah-. ¿No da la carta el
motivo de esta conclusión?
-Me temo que no nos
da más detalles, pero el consejo debe de tener buenas razones para hacer esto.
-No debimos faltar
a aquella reunión…-comentó Baios con pesar-.¡Volveremos a Suri’an contigo y
pediremos explicaciones!
-No, vosotros
continuaréis la búsqueda. Sólo encontrando a Zsek aclararemos este entuerto.
-Entonces pide tú
las explicaciones. Me negaré a apresarlo como a un delincuente a menos que sea
evidente y me muestren pruebas firmes.
-No se trata de
apresarlo… -el rostro de Oiandeth pareció ensombrecerse al pronunciar estas
palabras-. La carta comenta que se nos puede corromper… Nos piden matarlo.