viernes, 8 de mayo de 2015

Báronz. Parte I

Jadeaba extenuado tras la dura prueba. Me había empleado a fondo, había dado lo mejor de mí y estaba satisfecho...
-Demasiado débil -sentenció Ilfzaer Mae'ghim, mi padre y maestro.
A veces, darlo todo no es suficiente.
No protesté. Sabía que mi padre no daría su brazo a torcer. Él era un verdadero guerrero, héroe de guerras pasadas, y todos los que lo habían visto en acción aseguraban que su manejo de la espada no tenía parangón. Supuse que era lógico que exigiese que sus hijos demostraran similar valía.
Mi hermano mayor, Vuxo, había seguido sus pasos y ya disfrutaba de merecido prestigio tras librar varias batallas exitosas al este, donde los trolls nos acosaban. Pero él y yo éramos muy diferentes.
Siempre fui débil y enfermizo, y mi padre no dudaba en recordármelo siempre que no superaba con creces sus expectativas. Expectativas que cada vez eran más bajas. Esperaba el día en que finalmente aceptase que jamás sería como él.

-Bár'nozz es un completo inútil. Cada lección que me he esforzado por enseñarle ha sido una pérdida de tiempo.
-Hay otros talentos. Los magos no destacan por su fuerza física ni por su pericia marcial, padre -le recordaba Vuxo.
Estábamos en el salón de nuestra morada. La Casa Mae'ghim era un enorme palacete que se dividía para dar cobijo a las diferentes ramas de nuestra familia. Varias generaciones completas vivían allí, y si alguna vez se había quedado pequeño, se habían hecho ampliaciones. Formábamos parte de la Alta Nobleza y podíamos permitírnoslo. Pero jamás se daba la espalda a un familiar. Nuestro apellido era el mayor vínculo de lealtad.
Nuestro hogar contaba con salón, habitaciones e incluso letrinas independientes que ningún otro Mae'ghim pisaba. Estaba en el ala sur, y allí, tras la muerte de mi madre, habitábamos Ilfzaer, Vuxo, Micarae (mi hermana pequeña) y yo.
-Debería enviarlo a la Torre Arcana. Hace generaciones que la Casa Mae'ghim no ha disfrutado de un mago prestigioso. Tal vez los dioses nos hayan bendecido con uno y mi obstinación no me haya permitido verlo.
Yo fingía no escucharlos, aunque por aquel entonces, ser mago me pareció una idea magnífica. No podía saber cómo acabaría todo.

Unos días más tarde, me encontraba en mi habitación, preparando el equipaje que me llevaría a la Torre Arcana.

martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 2.1

Acabando el día, cuando el cielo ya se tornaba dorado, Oiandeth, Baios y Niedah  regresaban a Silansiaddi para pasar la noche. Al día siguiente partirían hacia las llanuras de Meriand, esperando hallar la más mínima pista sobre el paradero del Vasilàs.
La ciudad del comercio solía estar bastante concurrida y agitada. No se parecía demasiado al resto de ciudades élficas, siempre tranquilas. Sólo allí podían encontrarse habitualmente a miembros de otras razas. Los medianos, gente hábil y de pequeña estatura que habitaban en Meriand, solían ser los más comunes. Comerciantes que vendían los magníficos productos que ellos cultivaban o fabricaban, además de lo que conseguían o intercambiaban en lugares más remotos. Se decía que cualquier cosa que alguien pudiese necesitar, podría encontrarla en las manos de un comerciante mediano.
Los humanos de más allá de la llanura también eran habituales, aunque a menudo solían ser más problemáticos que útiles, y los productos que trataban de vender eran defectuosos o de fabricación burda.
Oiandeth condujo a su corcel hasta los establos, seguido por sus dos compañeros. Desmontaron y entregaron las riendas a los mozos de cuadra, que salieron raudos a recibirlos. Ellos se encargarían de desensillar a los animales y proporcionarles comida, bebida y estancia esa noche a cambio de algunas monedas de cobre. Las pagaron y dieron sus nombres.
-¿Oiandeth? –preguntó uno de los mozos, mirando al mencionado.
-Sí. ¿Qué ocurre?
-Vino un mensajero desde la capital y nos dio un recado para usted. Reunase con él en la taberna El Árbol Quebrado –le dijo-. Es esta de aquí –añadió señalando con un dedo al edificio contiguo.
-Gracias.
 Salieron del establo y se encaminaron hasta allí, una taberna de dos plantas.
Los edificios de Silansiaddi eran diferentes a los de las otras ciudades de Aatilvar. Estaban construidos en la tierra y no sobre los árboles, quizá para que se les antojasen más cómodos a los visitantes extranjeros.
Tras franquear la puerta de la taberna, el olor a cerveza, sudor y humo inundó las fosas nasales de los tres elfos. Un grupo de medianos jugaban animadamente a las cartas en una mesa, montando cierto alboroto mientras bebían y fumaban algo en pipa. Dos humanos bastante bebidos luchaban por ser capaces de mantenerse sentados en sus respectivos taburetes cerca de la barra… O al menos uno lo hacía, pues el otro agachó la cabeza, posó la frente en la barra y terminó por quedarse inmóvil.
-Siempre que entro en esta ciudad tengo la impresión de estar muy lejos de mi hogar –comentó Baios.
Niedah se adelantó y tomó asiento en una mesa lo más apartada posible de la de los medianos. Oiandeth, en cambio, se encaminó hacia la barra, donde intercambió unas palabras con el tabernero.
-Creo que un mensajero preguntaba por Oiandeth.
-Muy cierto, ¿es usted? –Oiandeth asintió-. Me temo que se ha retirado a sus habitaciones, en la posada del primer piso. Le haré llamar de inmediato. Mientras tanto siéntese y tome algo. En seguida les atienden.
Oiandeth iba hacia la mesa que ocupaban sus acompañantes, pero se volvió de nuevo hacia el tabernero y le preguntó:
-¿Hay habitaciones disponibles?
-¡Por supuesto, caballero! –le respondió alegremente el hombre- ¿Quieren una habitación triple?
-Para mí una individual.
-Serán cinco monedas de cobre, o pago similar, por noche.
En Silansiaddi no utilizaban la moneda de Aatilvar, si no cualquier divisa o pago de similar valor. El Silàs echó mano a su bolsa de cuero y sacó las monedas, que entregó al dependiente, y éste rebuscó bajo el mostrador hasta dar con algo.
-Y aquí está su llave…
Oiandeth la tomó y fue a sentarse. Baios se puso en pie y comenzó a deshacerse de su armadura y sus numerosas armas, para mayor comodidad, cuando una atractiva mesonera elfa llegó  hasta ellos y tomó nota de lo que beberían y comerían cada uno. Nada especial. Agua y el plato del día.
Cenaron sin hablar prácticamente nada, pese a varios intentos por parte de Baios por entablar conversación, y al cabo de unos instantes descendió por la escalera el mensajero, reconocible por el sombrero característico que los de su clase solían portar, que parecía llevarlo puesto únicamente para hacerse reconocer, pues a juzgar por el resto de su indumentario debía de haber estado acostado hasta hacía un rato. Su mirada dio con el destinatario del mensaje y se dirigió hacia él sin demora. Le entregó a Oiandeth un sobre cerrado con lacre, en el que se podía distinguir el sello con el símbolo del Árbol del Guardián. Hizo una ligera reverencia y se retiró sin pronunciar palabra ni esperar agradecimiento.
Niedah enarcó una ceja y se mantuvo a la espera, mirando el sobre con curiosidad. Baios, por otra parte, parecía más impaciente.
-Un mensaje de Saeres desde Suri’an ¡debe de ser importante! Vamos, ábrelo. ¿Habrán encontrado a Zsek y se nos ordenará volver?
Oiandeth rompió el lacre, abrió el sobre y extrajo de él una pequeña hoja de papel que recorrió con los ojos, moviendo los labios al leer. Al levantar la vista, dijo:
-Se me ordena volver a Suri’an antes de Ascensión. Creen que Zsek puede tratarse de un traidor practicante de magia negra. Debemos seguir buscándolo para aclarar este asunto, pero se me nombrará Vasilàs para dirigir esta empresa.
-¡¿Qué?! –exclamó Baios sin disimular su asombro-. ¡Zsek no es ningún traidor! Nosotros tres lo sabemos… ¡Todos deberían saberlo! ¡Por Isanne, estamos hablando de un héroe de guerra!
-Un héroe que comparte su lecho con una elfa oscura… Creen que ella podría haberlo embaucado.
-Confío más en Edara que en muchos de los nuestros –intervino Niedah-. ¿No da la carta el motivo de esta conclusión?
-Me temo que no nos da más detalles, pero el consejo debe de tener buenas razones para hacer esto.
-No debimos faltar a aquella reunión…-comentó Baios con pesar-.¡Volveremos a Suri’an contigo y pediremos explicaciones!
-No, vosotros continuaréis la búsqueda. Sólo encontrando a Zsek aclararemos este entuerto.
-Entonces pide tú las explicaciones. Me negaré a apresarlo como a un delincuente a menos que sea evidente y me muestren pruebas firmes.

-No se trata de apresarlo… -el rostro de Oiandeth pareció ensombrecerse al pronunciar estas palabras-. La carta comenta que se nos puede corromper… Nos piden matarlo.

domingo, 2 de marzo de 2014

Capítulo 2.0

El archidruida Areo se dirigía sin demora a la Cámara del Consejo, instalada en un enorme hueco cerrado dentro del propio Árbol de los Mundos. Toda Suri’an había sido moldeada durante milenios por la magia y la sabiduría de los druidas, que, respetando la vida y aliándose con el propio bosque, habían hecho crecer a los árboles y formar a partir de ellos la ciudad, cuyas construcciones colgaban a modo de extraños frutos de las diferentes ramificaciones, creando una simbiosis única. Areo iba seguido por cuatro druidas, elegidos por el pueblo individualmente, y que representaban junto al archidruida el conjunto de la consejería espiritual. De entre ellos, era deber del archidruida elegir a un aprendiz que lo sucediera tras su muerte o retiro.
Caminaban sobre una ancha rama descendente y escalonada que los depositaba a los pies del Gran Árbol, cuyas raíces abrazaban una gigantesca base, formada de una sola gran losa de piedra gris, y se abrían en forma de tres arcos apuntados que permitían el paso al interior de su tronco. Tras los arcos se extendía un largo pasillo con numerosas entradas laterales cuyo interior era vetado a la vista por biombos de madera.
El grupo no se detuvo ante ninguna de ellas, y al final de la galería había una larguísima escalera de caracol, compuesta por el mismo tronco, que ascendieron en silencio.
La escalera tenía varios descansillos que daban a cada uno de los pisos que componían la estructura interior de aquel sitio. Los consejeros se detuvieron en el penúltimo, apartaron el biombo y se adentraron por otro largo pasillo, este sin habitaciones a ninguno de sus lados. Al final, lo esperaba una gran sala con una gran mesa circular rodeada de amplias y cómodas butacas. En ellas aguardaban otros miembros del consejo.
Galian, paladín de Isanne y general de los ejércitos de Aatilvar, estaba ya sentado en su sillón, en el centro de su comitiva compuesta por otros cuatro militares. Llevaba entonces una armadura compuesta de láminas de madera y hojas entretejidas.
A la derecha de dicho grupo, quedaban cinco asientos vacíos. Los de los Silàs, cuyo líder había desaparecido y sus cuatro hombres aún continuaban con su busca, negándose a presentarse en aquella reunión. Siguiendo el curso alrededor de la mesa, tras aquellas sillas desocupadas, tomaron asiento los druidas, que vestían con largas y amplias túnicas verdes y marrones. Al lado, esperaban los cuatro administradores y su dirigente, Eisena, la elfa más anciana y sabia de Suri'an. Cerrando el círculo, esataba sentado el Guardián, Saeres, con su túnica ceremonial azul con el símbolo del Árbol bordado en un brillante hilo blanco.
-Ya estamos todos. Demos comienzo a la sesión. –comentó el Guardián alzando la voz-. Areo, usted ha convocado la reunión. Cuéntenos.
Puesto que las reuniones del consejo tenían lugar en el Árbol, era el Guardián el moderador de estas.
-Así ha sido. Como puede corroborar Galian, algunos de sus hombres avistaron hace dos días a una Ajena. Intentaron cazarla, pero ésta les plantó cara, los derribó y huyó de Aatilvar por la frontera oeste. La persiguieron Zsek y los suyos, que casualmente andaban cerca. La Ajena consiguió quitárselos de encima a todos excepto a Zsek. Nadie sabe lo que pasó entonces. Oiandeth, el aprendiz y sucesor de Zsek, cabalgó hasta Silansiaddi, la ciudad de comercio con el exterior, y pidió ayuda en su templo. Mis druidas me transmitieron el informe de lo que allí encontraron.
>>Aparte de los Silàs heridos, a los que sanaron lo mejor que pudieron y aún hoy algunos siguen convalecientes, comentaron un fenómeno extraño. La bestia murió por una herida en el corazón que no sangraba, y su sistema circulatorio estaba hinchado y recorrido por una extraña infección. Mis druidas no corrieron más riesgos, pues afirman que es algo similar a lo que corrompió a nuestra gente años atrás.
-¿Podríamos estar hablando de un nuevo tipo de corrupción? –alzó la voz Galian-. ¿Cree usted que los elfos oscuros volverán a surgir entre los nuestros?
-Tal vez. No podemos estar seguros. Debemos encontrar a Zsek. Eso nos dará respuestas.
-¿Y si Zsek domina la Magia Negra y la usó para matar a esa Ajena? Puede haberla aprendido de su amante. Fue una muy mala idea permitir a esa elfa oscura quedarse. Por lo que sabemos, incluso podría haber sido ella quien infectó al Vasilàs.
-Dudo que Edara haya hecho eso…Ella ya probó que pese a la corrupción que se extendió por su cuerpo, era leal a Aatilvar y al Consejo. Si durante la rebelión de los Oscuros y la guerra civil no nos traicionó, cuando de verdad tenían una oportunidad de victoria, ¿qué motivos podría tener para hacerlo ahora?
-La confianza que gente como usted muestra, le da ventaja.
-La desconfianza y rechazo que gente como usted le muestra, fanático paladín, le dan el motivo para una traición.
Eisena contemplaba la escena silenciosa, tal vez sumida en sus pensamientos.
-¡Basta! –bramó entonces Saeres, levantándose de su butaca-. La corrupción la produjo una energía liberada, y no el contacto con un infectado. Edara no pudo corromper a Zsek, pero pudieron entrar en juego otras fuerzas. Propongo ordenar la búsqueda y captura del Vasilàs.
-Si es tan peligroso como parece, capturarlo supondría un gran riesgo… -dejó caer Galian, mirando con comprensión al archidruida.
-¡¿Está sugiriendo matarlo?! –exclamó Areo, golpeando con un puño la mesa y poniéndose también en pie.
-No matarlo. Sé que era su amigo, Areo, pero no sabemos qué puede haber pasado. Sólo sugiero que los hombres vayan preparados, y que si se muestra hostil y supone una amenaza… La vida de varios hombres no vale más que la de uno solo.
Areo apretó los labios y se obligó a guardar silencio. Por poco que le gustase la idea, sabía que era la más acertada y sensata.
Saeres retomó la palabra entonces:
-Zsek salió de Aatilvar y no se le ha vuelto a ver por ninguna parte. Es probable que siga fuera. Para organizar la búsqueda necesitamos que alguien dirija a los Silàs. Hasta que esto se aclare, propongo destituir a Zsek del cargo de Vasilàs, y nombrar a su aprendiz y sucesor, Oiandeth.
Galian, Eisena y Areo asintieron en silencio.
-Votos a favor para la búsqueda y captura del Vasilàs Zsek, pudiendo para ello usar cualquier medida y pudiendo acabar con su vida si fuese evidente que resulta ser una amenaza.
Galian y sus hombres alzaron los brazos. También lo hizo Saeres. Eisena y sus administradores siguieron su ejemplo. Y los druidas. Finalmente, lo alzó el único que aún quedaba en la sala sin hacerlo, Areo. La medida se aprobó por unanimidad, a excepción de los ausentes Silàs, que por no presentarse a la reunión habían perdido el derecho al voto.
-Votos a favor del cese de Zsek D’Íozern en su cargo de Vasilàs, y del nombramiento de su sucesor, Oiandeth Rïberil.
La votación obtuvo entonces el mismo resultado.

-La ceremonia de investidura del nuevo Vasilàs tendrá lugar mañana al atardecer a las puertas del Gran Árbol, como es tradición. Enviaré a un mensajero en su busca cuanto antes y será informado de la situación y las decisiones tomadas. Ustedes pueden comenzar con los preparativos para la búsqueda de Zsek. La reunión se da por acabada, pueden abandonar la sala. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Capítulo 1.



El estremecedor rugido que retumbó en los bosques rompió el apacible silencio que hasta ese momento reinaba, y los pájaros cercanos a su procedencia alzaron el vuelo, asustados. Los centinelas apostados en la frontera oeste de Aatilvar se levantarton como un resorte de sus asientos y agarraron sus armas, arcos largos. Sus ojos percibieron a lo lejos el movimiento de alguna enorme bestia que avanzaba entre los árboles, golpeándolos con su abominable cuerpo y consiguiendo derribar a algunos.
Zsek salió de su puesto de vigilancia en la atalaya construida sobre un alto roble. Desde su ventajosa posición, pudo ver a la criatura; una Ajena, como se temía, salida del Gran Árbol y que debía de haber escapado a la purga del Guardián. Tras ella cabalgaba en sus Salyari aatilvanos, corceles de crianza élfica, altivos y hábiles, capaces de moverse por el frondoso bosque con soltura y esquivando los numerosos obstáculos, un reducido grupo de la milicia armado con lanzas.
-¡No la dejéis salir de los bosques! ¡Abatidla! –gritaba un soldado, que debía de ser quien estaba al mando, por encima del escándalo.
Espolearon a sus monturas y clavaron sus armas en los costados y la espalda de la Ajena, pero ello no la frenó. Quienes estaban más lejanos, alzaron sus brazos y arrojaron las lanzas con una precisión asombrosa, que se le clavaron en el lomo y en el grueso cuello, pero eso no hizo más que enfurecerla.
La mole dio entonces un repentino giro y arremetió contra los soldados. Uno de los caballos, con jinete incluido, se vio arrojado por los aires y terminó su vuelo empotrándose contra un árbol, que se quebró con la fuerza del impacto. Otros muchos miembros de la caballería cayeron y rodaron por los suelos, quedando inertes. Los rezagados tiraron de las riendas, queriendo frenar y apartarse de la colérica criatura, mas rápidamente ella los embistió y derribó.
Antes de que los supervivientes a tan brutal ataque pudieran reorganizarse, la Ajena reemprendió su huida hacia los límites de Aatilvar.
-Parece que aquí termina mi descanso… -susurró Zsek para sí, tomando su fina espada larga-. ¡A las armas! –gritó entonces a sus hombres.
Los Silàs obedecieron. Su número en esa parte de la frontera era escaso, un pequeño grupo apostado allí para perseguir a las Ajenas que consiguiesen salir a la extensa llanura de Meriand que se extendía más allá.
-¡Maestro Vasilàs! –llamó uno de ellos. Oiandeth, el más hábil del grupo, convertido en aprendiz del propio Zsek por la recomendación del Guardián-. Los ataques convencionales no parecen afectar a esa cosa, y tiene una fuerza arrolladora. Mis compañeros y yo nos preguntábamos qué estrategia podríamos seguir.
-Así que ahora trabajas de recadero, ¿eh? –le respondió el líder elfo con una sonrisa-. No sois novatos, deberíais tener un poco más de inventiva. Simplemente no dejéis que os coja, nosotros deberíamos ser más rápidos. ¡Seguidme!
Zsek descendió del alto roble con pasmosa destreza, descolgándose de una cuerda de cáñamo atada a una de las vigas de madera de la atalaya.
Cuando la Ajena pasó fugaz como una exhalación junto al roble, el Vasilàs pudo contemplarla en toda su plenitud. Imponente, erguida debía de tener un tamaño superior a los diez pies de altura. Dos enromes y gruesos brazos de marcada musculatura salían de su torso, con los que se impulsaba para correr y ayudar a sus pequeñas pero igualmente fornidas piernas. Su piel era negra como la noche, correosa y aceitosa. Unos malévolos ojos rojos brillaban en un rostro que recordaba al de un sapo, y en su amplia boca destacaban dos filas de grandes y afilados colmillos, quizá demasiado grandes como para ocultarlos tras sus gordos labios, haciéndole parecer esbozar una perpetua e inquietante sonrisa.
Zsek silbó al alcanzar la tierra, y un corcel pálido salió de la espesura en su busca, al trote. Sin que éste se detuviese, el elfo saltó contra uno de sus costados y montó sobre la silla en su grupa, lanzándose a la persecución.
Tras él, otros Silàs, entre ellos Oiandeth, repitieron sus acciones y cabalgaron a su lado.
Los centinelas, desde las copas de los árboles, descargaron precisas flechas con sus arcos en constante sucesión, pero estas quedaron prendidas de la blanda y grasienta piel del monstruo sin causarle daño aparente.
-¡Parece tener una buena capa de grasa! Será más difícil que cazar un oso –comentó uno de los cinco miembros del grupo de Zsek allí, que tenía la cicatriz dejada por una zarpa de oso en su mejilla izquierda.
-Entonces quizás deberías retirarte ahora, Ellien, está visto y demostrado que cazar osos no es tu fuerte –bromeó Zsek.
-Oh, me subestimas, Vasilàs. Si por mi cara piensas que salí perdiendo, deberías haber visto cómo quedó el otro.
-Por todos es sabido –habló entonces otro de ellos, Baios, un fornido guerrero- que esas cicatrices te las hizo la última mujer a la que intentaste cortejar, para hacerte comprender su negativa.
-Esas son las de la espalda, y lo que pretendía era marcar su territorio.
Todos rieron, excepto Niedah, la componente femenina de la compañía, que picó espuelas y aceleró su marcha.
-Disculpadme, pero prefiero entrar en batalla contra eso antes que seguir aguantando las fantasmadas de Ellien.
-Apoyo la moción –comentó Oiandeth, siguiendo a Niedah.
-La pobre está celosa –dijo Ellien con una sonrisa, encogiéndose de hombros.
De un gran salto, la Ajena cruzó la última línea de árboles que marcaban la frontera de Aatilvar. Más allá, los árboles se volvían más dispersos y a menudo eran reemplazados por tocones, donde las razas que no pertenecían al bosque los habían talado.
Los caballos de raza aatilvana no sólo se movían bien entre los bosques, sino que en campo abierto demostraban ser poseedores de una gran velocidad. Apretando el paso, acabaron por dar alcance a la criatura.
Ellien se adelantó, aferró su arco corto y disparó varias veces, con el mismo resultado que los centinelas. Luego, guardó el arco a un lado de su silla de montar y, desenvainando un largo cuchillo, saltó contra un costado de la Ajena, clavándoselo y aferrándose con la otra mano a una de las flechas para no caer.
Ella rugió enfurecida y viró a la izquierda, hacia donde estaba su atacante, girando su enorme cabeza para intentar morderlo con su gigantesca boca. Antes de poder conseguirlo, Baios la embistió con su lanza por delante, atravesando la piel de su mejilla y apartándola de su compañero.
-¡Demasiada inventiva! ¿Qué habría pasado si no hubiese estado yo para salvarte el culo?
-¡La habría matado desde su estómago!
Baios soltó una risotada y arrancó su lanza, desgarrando.
Niedah avanzó entonces por la derecha hasta posicionarse delante de la Ajena, y se giró en su silla para encararla. De su cinturón extrajo varias dagas arrojadizas que fue lanzando contra su rostro, en un intento de acertarle a los ojos y cegarla. En plena cabalgada, sólo una de las armas dio en el blanco, lo que provocó una frenada brusca del objetivo del ataque.
Zsek, que galopaba detrás, se vio obligado a tirar de las riendas y redirigir a su cabalgadura hacia un lado. Aprovechando la inercia, saltó de su asiento para caer sobre la amplia espalda del engendro, la cual recorrió con rápidos y cortos pasos, manteniendo increíblemente el equilibrio. Se posicionó sobre sus hombros, alzó la espada e intentó ponerle fin a su existencia de un seco tajo en la nuca. Pero el ser se alzó y se irguió, haciéndolo perder pie y abortar el ataque, teniendo que soltar la espada y rodear con los brazos su cuello para mantenerse allí. El monstruo blandió sus largas extremidades a un lado y a otro, barriendo con ellos el terreno a su alrededor, y consiguió derribar los caballos de Baios y Niedah. Esta última rodó por la verde extensión de tierra hasta golpearse la cabeza con un tocón y quedar inconsciente. El guerrero, por otro lado, quedó atrapado bajo el peso muerto de su montura.
Oiandeth rodeó el cuerpo monstruoso y se plantó frente a él, empuñando una retorcida daga negra. Entonces cargó hacia delante e intentó apuñalarlo en el corazón, con tan mala suerte que el arma quedó incrustada entre las costillas.
La Ajena rugió, lo que provocó que el caballo de Oiandeth, por valientes que fueran en batalla los Salyari aatilvanos, se asustara y encabritara, dándose a la fuga.
Con vía libre, la Ajena volvió a agazaparse y echar a correr.
-¡Ellien, acabemos con ella ahora! –rugió Zsek ayudándose de una de las lanzas clavadas por la caballería de la milicia en la zona del cuello para alzarse.
-¡Ya casi está!
Ellien arrancó el puñal de la carne y volvió a clavarlo, repitiendo la operación varias veces hasta que en una de ellas la flecha en la que se sostenía se soltó y sus pies se resbalaron por la escurridiza piel. Cayó al suelo, y la bestia lo pisoteó al pasar por encima.
Zsek hizo una mueca ante el desagradable espectáculo y miró atrás un momento. Esperaba que eso no hubiese matado a su subordinado. Ya habría tiempo para ayudar a los heridos o llorar a los muertos cuando esto hubiese acabado.
Se posicionó sobre el hombro izquierdo, donde el ser no podría verlo debido a que era el lado en el que una de las dagas de Niedah había acertado en el ojo. Se descolgó desde allí, aferrándose con una mano al labio inferior de una boca que permanecía abierta debido al constante jadeo que la fatiga de su carrera le estaba produciendo, y alcanzó así con la otra la daga que sobresalía de su pecho allí donde Oiandeth la había dejado clavada. La aferró y se impulsó con ambos pies para tirar y desclavarla, y aprovechó el bamboleo del trote para coger impulso, balanceándose desde el labio, y dar mayor fuerza a la puñalada que le asestó con la precisión necesaria para alcanzar su órgano central. Hecho esto y dando por segura su muerte, Zsek se soltó y cayó al suelo, encogiéndose hasta hacerse un ovillo y rodar sobre sí mismo para minimizar los daños. Pasó entre las piernas de la Ajena, evitando correr la misma suerte que Ellien. Ésta emitió un último y desgarrador rugido, y luego se derrumbó hacia delante, arrastrando por el suelo por la inercia.
Zsek se quedó tendido cuan largo era durante un buen rato, con la respiración acelerada y tratando de serenarse. Apartó el cabello rubio de su rostro y permaneció mirando al cielo.
Los cascos de un caballo retumbaron en la tierra poco después, y Oiandeth, que había conseguido controlar a su corcel, se aproximó y desmontó, arrodillándose junto a su maestro.
-¿Estás bien?
-Sí, todo controlado…
Le tendió una mano y lo ayudó a levantarse.
-¿Seguro que está muerta?
-Le atravesé el corazón con tu daga, dudo que sobreviva a eso.
-Mi daga… ¿Dónde está? -preguntó con impaciencia y nerviosismo- ¿La tienes tú?
-Debe de haberse quedado clavada, tranquilo.
Oiandeth caminó con amplias zancadas hasta el gigantesco cuerpo yacente y empujó con fuerza para intentar darle la vuelta. Apenas consiguió moverlo un poco, pero fue suficiente para revelar la empuñadura del arma.
Zsek llegó a su lado y contempló el objeto con sus verdes ojos entrecerrados, como si fuese la primera vez que la veía realmente.
-¿De dónde has sacado eso?
Oiandeth la arrancó del pecho con premura e intentó ocultarla entre los pliegues de sus ropajes. El filo no parecía ensangrentado, si no más bien recubierto de una extraña sustancia vaporosa y azulada.
-¡Oiandeth, te ordeno que me dejes verla!
El aprendiz, tembloroso se incorporó y apartó la daga de su cuerpo, tendiéndola hacia el maestro y mostrándola. Ésta era de un intenso color negro, con destello azules allí donde le impactaba la luz. La hoja era serpenteante y la empuñadura estaba decorada por una piedra preciosa, posiblemente un zafiro.
Zsek alargó la mano para sujetarla… y entonces, sin previo aviso, un furibundo Oiandeth se abalanzó sobre él, asestándole una certera cuchillada en el pecho.


jueves, 6 de febrero de 2014

Aatilvar. Sobre los elfos: sus mitos, historia y política. (Capítulo 0)

Los bosques de Aatilvar, guardianes silenciosos de misterios, han contemplado el alzamiento y caída de infinidad de civilizaciones. Antaño dominaron por completo la península de Vryann, mas hoy se ven mermados y arrinconados al noreste, donde el Gran Árbol de los Mundos se alza. Allí, la raza de los elfos estableció su territorio y se proclamó protectora de la espesura.

Los mitos élficos más antiguos cuentan de éstos que fueron exiliados de un mundo más allá del Árbol, encontrando refugio entre los árboles de este, Lierra.

Isanne, la primera y única reina elfa, vinculó su esencia a la de la propia naturaleza y ésta le concedió su favor en forma de lo que llaman Magia Primigenia, un tremendo poder que la hizo capaz de hacer frente a cualquier amenaza que se cerniese sobre los suyos o los restos de Aatilvar.
Isanne enseñó su don a quienes consideró sabios y los nombró Druidas, y ellos dieron forma al bosque y con árboles ancianos vivos crearon sus ciudades. Establecieron el centro de su poder alrededor del Árbol de los Mundos, la ciudad a la que llamaron Suri’an.

Cuando Isanne abandonó su prisión física y ascendió a deidad, los elfos dividieron el poder del gobierno de Suri’an  en cuatro partes:
La primera de ellas fue la consejería espiritual, que se encargó de administrar la transmisión de la Magia Primigenia y el culto a la diosa Isanne.
La segunda fue la consejería militar, pues siendo invasores de un mundo ajeno, los elfos eran atacados por sus habitantes y tuvieron que luchar por ganarse un lugar en él.
La tercera parte fue la consejería de los Silàs, una unidad concebida para traspasar las fronteras de Aatilvar como exploradores, diplomáticos, mensajeros o comerciantes.
La cuarta, se encargaba de los asuntos que acaecían dentro del territorio de Aatilvar y se encargaban de la administración de la nación.

Los líderes de cada consejería, elegidos de entre los mejores sacerdotes, estrategas, sabios o Silàs, se reunían y tomaban las decisiones correctas para el mayor bien de toda la comunidad.

No fue hasta siglos después que el Árbol de los Mundos se convirtió en una amenaza, al permitir el paso de extrañas criaturas de otros planos de existencia, que se convirtieron en peligros para el equilibrio natural que los druidas habían jurado proteger. Las oscuras energías que se liberaron, provinentes de mundos inferiores, corrompieron a un gran número de elfos, convirtiéndolos en seres nuevos en un largo y agresivo proceso viral que acabó con la vida de muchos y enloqueció a la mayoría de los que lo sobrevivieron. Pero se dice que lo que no mata, fortalece, y en el caso de los Contaminados no fue diferente, pues dominaron una nueva modalidad de fuerte magia corrupta.
Para frenar esto, el Archidruida, líder espiritual, decidió instruir a un nuevo tipo de sacerdote, vinculado con la esencia del propio Árbol y no con la de los bosques. Este guardián, llave y a la vez cerradura de estas puertas interdimensionales, intentó expulsar a las especies invasoras y evitar que pudieran volver cruzar. Pero los elfos Contaminados supervivientes, que se habían hecho llamar Elfos Oscuros, se opusieron, ya que para ésto se necesitaba cortar el enlace que les había otorgado su gran poder. Acusaron al Consejo de hipócritas, pues los elfos eran una raza invasora y ahora se creían con derecho a decidir qué otras especies podían o no cruzar la puerta, y de tratar de privarlos de su fuerza por puro miedo en lugar de aceptarlos y crear una quinta consejería para los Oscuros y su Magia Negra. Así dieron comienzo a una guerra civil.

La guerra se prolongó durante años, pero los Contaminados, aunque más poderosos, eran inferiores en número y el desgaste acabó por derrotarlos. Negándose a permanecer al lado del bando victorioso y renunciar a la Magia Corrupta, los Oscuros aceptaron en los términos de su rendición el exilio. El Guardián los expulsó de este mundo para que empezaran de nuevo en otro como ya habían hecho antes, cuando llegaron a Lierra.
Decididos a no volver a descuidar al Árbol ni la responsabilidad que el simple hecho de convivir con él les exigía, el Consejo sí que aprobó una quinta consejería:la del Guardián, que debía velar por sus intereses.

La guerra civil dejó todo Aatilvar sumido en el caos, y el Consejo tardó varios años más en reconstruir lo perdido y volver a asentar las bases de su gobierno. La población vivía con miedo a que los humanos, aquellos que amenazaban su dominio sobre los bosques, aprovecharan la ocasión para atacarlos. Muchas de las criaturas que atravesaron el portal provinentes de otro plano, seguían recorriendo Lierra libremente, y mientras la Milicia se encargaba de combatir a las que se encontraban en los bosques, fue labor de una nueva unidad de Silàs, cuyos componentes fueron directamente traspasados desde el ejército, erradicar a las que habían escapado de sus fronteras. Se nombró Vasilàs, el máximo cargo y representante en el consejo de los Silàs, a un héroe de guerra con experiencia como militar, y él mismo dirigió personalmente la cacería.
El hombre era Zsek D’Íozern, apreciado por sus logros pero odiado por defender, dar cobijo y tener como amante a una elfa oscura.

miércoles, 8 de enero de 2014

El guardián de la arboleda.



Los observo. Caminan por mi territorio ignorantes de mi presencia. Creen que pueden tomar cuanto les venga en gana y salir indemnes… Voy a demostrarles cuán equivocados están.

Me muevo con el sigilo y la destreza de un felino. Mis pies se posan con delicadeza y a la vez con firmeza sobre un suelo irregular, sin producir ni el más leve sonido. Y de producirlo, la leve brisa que se cuela entre las hojas de los árboles que nos rodean basta para enmascararlo.

El grupo, compuesto exclusivamente por humanos, se detiene. Es mi mejor oportunidad. No me esperan, y con una furia primigenia caigo sobre ellos. Me superan en número, pero yo los supero a todos ellos en rabia. Mis espadas cortan la carne y la despedazan como colmillos de un lobo hambriento. Mi velocidad es inigualable, pero ellos siguen intentando hacerme frente, ¿por qué no huyen? Me pregunto si alguna vez antes se han enfrentado a un elfo… Aunque de haberlo hecho, dudo que fuese como yo.

Mi furia queda saciada y tanto mis ropas como mi piel quedan salpicadas de carmesí. Ahora mi determinación flaquea al presenciar la masacre. Pero no me lo permito, no puedo.

Encierro mis sentimientos en lo profundo de mi ser de igual modo que envaino mis armas. Este es el resultado de mi pena convertida ahora en ira.

Ellos son los únicos culpables de sus destinos, pues ellos son quienes se adentraron aquí por sus propios pies. Yo sólo hice lo que debía hacer, lo que cualquier animal territorial habría hecho. Espero que estos cuerpos disuadan a quienes los sigan. Soy el guardián de esta arboleda, y les daré el mismo trato a todos aquellos que osen acercarse.

jueves, 23 de mayo de 2013

La vida de un hombre de fortuna.


¿Quienes creéis que somos los hombres que nos dedicamos a la piratería? 

Exiliados, marginados, expulsados de la sociedad y rechazados por los nuestros. Dispuestos a hacer cualquier cosa para sobrevivir y entregados a una vida de aventuras, peligros, saqueos y excesos. Existimos en un mundo que nos ha dado la espalda.
 Una buena vida en mi opinión, consiguiendo, al echar amarre, los lujos que nos faltan en alta mar con el oro robado a quienes nos desprecian.

Tenemos fama de ser asesinos, violadores, ladrones… Nuestro historial no puede ser peor y por ello no tememos mancharlo. Quizás incluso debamos llevar más a cabo estos actos, al menos así les daríamos más veracidad.

No medimos el tiempo por años, pues nuestra esperanza es sobrevivir al próximo asalto y disfrutar de nuestra salvaje vida un día más.
Dicen que hay que estar un poco loco para aceptar vivir en nuestras condiciones... y quizás tengan razón. Quizás todos estemos locos, pero no cambiaría esta vida por nada en el mundo…
Excepto quizás un poco más de oro, una fémina excitada y una jarra de hidromiel.